Mejor que Betania, Nazaret

Quizá sea una de las frases más tristes de Jesús: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Uno imagina el profundo dolor del Señor al verse despreciado entre sus parientes, sus vecinos, sus amigos de la infancia… ¿No deberían ser ellos, precisamente, quienes más cariño le dieran y quienes con más calor lo acogieran? Sin embargo, allí donde Jesús podría esperar más amor, encontró frialdad y desprecio. Recuerdan mucho esas palabras a las pronunciadas, entre lágrimas, sobre Jerusalén, la ciudad mimada y escogida por Dios como morada de su Nombre que acabó crucificando al Hijo que Dios les enviaba.

Ojalá pudiéramos darle la vuelta a aquella frase de Jesús. Ojalá lográsemos hacerle decir: «Donde más me quieren, donde mejor me tratan, es en mi tierra, entre mis parientes y en mi casa». Porque nosotros somos ahora su tierra, somos sus hermanos y somos –debemos ser– su hogar. Y cuando el Señor, en cada misa, desciende al altar, debería sentirse tan querido que nuestras comuniones fueran su descanso. Decimos a menudo que quisiéramos ser Betania. Hoy lo diré de otra forma: quisiéramos ser lo que Nazaret no fue para Jesús: su hogar.

(TOI04M)