Médico y medicina

Tened cuidado con los escrúpulos. Dañan al alma y, muchas veces, el Maligno se sirve de ellos para apartarnos de Dios. Me dice una mujer: «Padre, estoy tan enfadada con mi marido que no me atrevo a comulgar en este estado». Hace bien en decirlo, pero haría mal en no comulgar. De la comunión sólo debemos abstenernos si nos encontramos en pecado mortal. Pero el enfado no es un pecado, es un sentimiento. Si no nos dejamos mover por él, ofende tanto a Dios como un dolor de cabeza. No obstante, la respuesta a la inquietud de aquella mujer la tenemos en el evangelio de hoy:

Le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos… Fíjate en cuántas gracias brotan del cuerpo de Cristo. Y en cómo, antes de comulgar, confesamos: «Una palabra tuya bastará para sanarme». ¿No te das cuenta de que ese cuerpo es medicina para nosotros?

No comulguemos como quien recibe un premio a la virtud. Comulguemos como enfermos necesitados de sanación, y seremos curados. Estarás menos enfadada con tu marido después de comulgar, ya lo verás.

(TOI06X)