Manos pobres, corazón limpio
Me preguntan si es mejor comulgar en la boca o en la mano. Y siempre respondo que, puesto que ambas formas de recibir la comunión están permitidas por la Iglesia, lo mejor es comulgar con reverencia y espíritu de adoración. Tanto la boca como la mano se vuelven tronos cuando sabemos que es al Rey de los cielos a quien recibimos.
He administrado la comunión sobre manos encallecidas de mujeres que se deslomaban limpiando suelos para alimentar a sus hijos. Y he deseado besar esas manos. También hubiera besado las manos ennegrecidas de un herrero que se mataba a trabajar para llevar a casa el pan, y pensé que Jesús se sentía honrado en ese trono.
¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras? Jesús no pareció insistir mucho a sus apóstoles para que se lavaran las manos. No digo que no le importara, digo que no debió insistir mucho.
Sin embargo, le importa mucho a Jesús que recibamos el pan de vida en un corazón limpio. Comulgad con reverencia en la boca o en la mano, pero jamás –¡jamás!– comulguéis en pecado. Confesad frecuentemente, mantened limpio el corazón.
(TOI05M)