Luchando contra Dios

Piensa en aquel Moisés que oraba sobre el monte, levantados los brazos y alzado el cayado, mientras su pueblo libraba aquel fiero combate contra Amalec. Piensa en aquel Jacob que pasó la noche entera luchando contra Dios a brazo partido, hasta que, ya al amanecer, le arrancó su bendición. Piensa, por último, en Jesús postrado en Getsemaní y sudando sangre para obtener la redención del hombre…

Contempla esas tres escenas, y te darás cuenta de que, en ocasiones, la oración tiene mucho de combate con el Cielo. Aunque, en ese combate, al final, Dios siempre se deja vencer. Sólo el necio abandona la lucha antes de obtener la bendición.

Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme.

Es preciso importunar, ser tan pesados con Dios que Dios no pueda soportarnos. Y vale la pena. Porque muchas cosas se escapan de nuestras manos: Un hijo que se descarría, un amigo que agoniza sin sacramentos, la situación de nuestro mundo… Nada podemos hacer para solucionar esos problemas, salvo rezar. Y rezar mucho. Y ponernos muy pesados. Venceremos a Dios.

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