Los sabios de Dios

Decimos «sabio», y pensamos en un anciano, a ser posible con barba blanca y gafas para atenuar la presbicia que surgió de tantas lecturas. Como aquel enanito sabio de Blancanieves, vamos. Paradójicamente, Jesús dice «sabio» y piensa en un niño. Ya se ve que la sabiduría de Dios, tan citada en las Escrituras, no coincide con la sabiduría del mundo.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. No voy a seguir viendo «The Chosen». Me hace daño. No quiero imaginarme la cara de un actor cada vez que hablo con el Señor. Prefiero al Cristo de Velázquez, cuyos cabellos le ocultan el rostro. Pero, en el tercer episodio, Cristo aparece enseñando a los niños. Los niños escuchan absortos, en silencio. Sólo preguntan y responden a las preguntas del Maestro. Así se aprende.

La sabiduría del cielo la reciben los niños, quienes saben escuchar a Dios, quienes aman el silencio. El soberbio, el adulto, ya sabe lo que Dios le va a decir. El niño escucha y se sorprende, su alma es como cera donde Cristo imprime su sello.

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“Evangelio