Los peligros de una piedad sin Cruz
Dos mil años después de que la formulara aquel judío, la pregunta sigue abierta: ¿Son pocos lo que se salvan?
El interrogante se podría haber cerrado entonces, puesto que era el propio Dios el destinatario de la pregunta. Pero, tras escucharla, no dio una respuesta, sino un consejo:
Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.
Y, tras el consejo, una respuesta a la pregunta inversa, es decir, a la de si son pocos los que se condenan.
Muchos intentarán entrar y no podrán.
Tampoco esta respuesta concluye nada, puesto que bien puede ser tomada como una advertencia. Advertencia, por cierto, muy grave, puesto que esos muchos no son precisamente gentiles, sino personas religiosas: Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Ya se ve que comulgaban y escuchaban la homilía. Como para echarse a temblar.
Más bien, como para echarse a amar. Son personas que rezan, pero no renuncian a nada ni entregan la vida. Su piedad es una mística sin ascética, una piedad sin Cruz.
Nadie se salvará sin oración. Pero tampoco se salvará quien no se esfuerce por cruzar esa puerta. Por eso, reza mucho y, mientras reces, jamás apartes los ojos del Crucifijo.
(TOC21)