Los peligros de un anuncio equivocado

Sorprende que el mismo Jesús que, una vez resucitado, mandó a sus apóstoles predicar el Evangelio a todos los pueblos, pidiera silencio a los enfermos que curaba.

Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie».

Seguramente, había motivos para este «silencio preventivo». En primer lugar, Jesús no quería precipitar su Pasión, y sabía que una excesiva publicidad podía alborotar antes de tiempo a sus enemigos. Pero, en segundo lugar, el mensaje que hubieran proclamado los beneficiados por aquellos milagros no era el pregón que debía extenderse por toda la tierra. El leproso curado, que no obedeció a Cristo y empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, exclamaba: «Éste sana a los leprosos». Sin embargo, el anuncio que llevaron los apóstoles al mundo rezaba: «Éste es el redentor del hombre». No es lo mismo.

El mensaje del surgimiento de un sanador de enfermos rodeó a Cristo de multitudes, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo. Compara esa escena con la de un sacerdote solo en el confesonario, rezando mientras espera a algún penitente. ¿Será que los hombres prefieren que les resuelvan la vida temporal a que les regalen vida eterna?

(TOI01J)

“Evangelio