Los ojos de Cristo

Si ayer contemplábamos, embelesados, las manos del Señor, hoy nuestra oración se detiene en sus ojos.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». El Hijo de Dios miró siempre al mundo con ojos compasivos. Donde fariseos y escribas veían malditos, Él veía pobrecillos, enfermos y seres solitarios. Se indignó, es cierto, con personas religiosas que consumían religión sin repartirla, pero nunca se enfadó con los pobres e ignorantes.

Necesitamos mirar por esos ojos. El mundo necesita que lo miremos así. Porque, muchas veces, lo contemplamos huraños, con mirada indignada, despotricamos de quienes no piensan como nosotros, abominamos de los políticos, y acabamos atrincherados en nuestras burbujas piadosas mientras nos defendemos del mundo.

Si mirásemos el mundo con los ojos compasivos de Cristo, las palabras del salmo nos harían llorar: Son un rebaño para el abismo, la muerte es su pastor y bajan derechos a la tumba; se desvanece su figura y el abismo es su casa (Sal 49, 15). Entonces, movidos por la compasión, nos adentraríamos en ese reino de tinieblas, y entregaríamos gustosos la vida anunciando el nombre de Jesús. Seríamos, realmente, operarios de su mies.

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