Los fantasmas de la noche

Es la versión «masculina» y abreviada de la parábola de las vírgenes prudentes:

Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.

Aquí no son vírgenes, sino hombres quienes esperan a que vuelva el esposo de la boda. Pero también se les invita a estar en vela y a mantener las lámparas encendidas. Sobre todo, también en esta parábola, como en la de aquellas vírgenes, es de noche.

Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.

Es de noche porque es tiempo de fe. Porque no vemos el rostro de Cristo. Porque vivimos rodeados de fantasmas, espectros y pesadillas que sólo desaparecerán cuando se haga de día. Nos engañan, nos hacen dar importancia a lo que no la tiene y temer peligros que no nos amenazan. Nos seducen con luces de artificio, que se apagan apenas las tocamos.

Sólo la fe, esa bendita lámpara del alma, nos mantiene en vela con la mirada en alto. Jamás dejéis la oración, por el Amor de Dios. Os comerían los fantasmas de la noche.

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