Lo que el ojo no ve
Es curioso: si le quitas el sonido a la escena, y la conviertes en una película muda en blanco y negro, Jesús y los suyos parecen una panda de desarrapados, comiendo lo que encuentran en el campo. Sudorosos, sucios los mantos por el polvo del camino y desgranando cada espiga a base de frotarlas con las manos. Para colmo, son pillados «in fraganti» por la policía moral de la época, los fariseos, que les asestan una buena reprimenda.
Ahora activa el sonido, escucha, y verás cómo todo cambia. ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, y tomando los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, comió él y dio a los que estaban con él… El Hijo del hombre es señor del sábado.
Es majestuoso, impresionante. Hay tal señorío en la forma de hablar de Jesús, tanta sabiduría en esas palabras con que tapa la boca de los fariseos, que nadie dudaría de que es un rey quien habla.
Pero, con Jesús, las apariencias siempre engañan. Lo importante es lo que el ojo no ve. Mira a la Cruz y lo entenderás.
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