Lo nacido del Espíritu

San Pablo dedica muchas páginas de sus cartas a hablar sobre la lucha entre carne y espíritu, la batalla entre el hombre viejo y el hombre nuevo que se libra en el alma del cristiano. Jamás, mientras el hombre sea hombre, pasarán de moda esas páginas.

En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Jesús habla de la vida de la gracia, alumbrada por el Espíritu en el alma. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.

La carne, aun consolada por los sacramentos, está abocada a la tumba desde que aparece en el seno materno. Lo suyo es crecer, envejecer y, después, morir. No puede ver el reino de Dios sin antes ser purificada en la muerte y el sepulcro. Puedes pedir que un enfermo se cure, pero no puedes pedir que no muera.

En cambio, lo nacido del Espíritu es espíritu. El alma en gracia vive para Dios, goza del cielo ya en esta vida y, tras cada confesión, rejuvenece hasta la edad del niño recién bautizado. Por eso, muchas veces, su oración se queda en un vagido. ¡Bendito bautismo!

(TP02L)

“Evangelio