Lo creo, pero ¿me lo creo?
Me lo dijo un hombre barbado durante unos ejercicios espirituales. Se acercó con la cara de quien ha descubierto la fórmula de la gaseosa. «¡Padre! ¡Que es verdad! ¡Que el Señor me ama! ¡Pobre ignorante, le he engañado!». Este hombre, a lo largo de su vida, habría escuchado cientos de veces que Cristo lo amaba. ¿Entonces, a qué venía eso? Venía a que, por primera vez, se lo había creído.
Yo me froto los ojos muchas veces. Me pregunto si, en lo profundo del alma, me lo he creído. Estoy rodeado de signos del Amor de Jesús, mi vida entera está cubierta por mil muestras de cariño venidas del cielo. Pero ¿me lo he llegado a creer, de verdad? En ocasiones pienso que, si realmente lo creyese, no temería nada, ni de la vida, ni de la muerte. ¿Acaso no dice san Juan que el amor perfecto expulsa el temor (1Jn 4, 18)?
Ánimo, soy yo, no tengáis miedo. Necesito escuchar estas palabras una y otra vez. Porque, como los apóstoles, sigo temblando de miedo tantas veces.
Me refugiaré, como niño, en el abrazo de la Virgen. Ese abrazo es la mejor noticia del Amor que Cristo siente por mí.
(0901)