Llora un poquito
Cuando comienza la Misa, nuestra aclamación a Cristo se eleva al cielo: «Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: ¡Señor, ten piedad!» Así le recordamos al Señor –como si pudiera olvidarse– para qué ha venido a la tierra. Ha venido porque los corazones de los hombres, a causa del pecado, del sufrimiento y de la muerte, están rotos. El Adviento es la bienaventuranza de quienes lloran. Bienaventurados los que lloran, porque ellos, con la venida de Cristo, serán consolados (Mt 5, 5).
Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios… A ellos son enviados los apóstoles: a los enfermos, los muertos, los leprosos y los castigados por el Maligno. Si estás sano, rebosas vida, te sientes limpio y no tienes pecados, no necesitas un salvador y el anuncio no va contigo.
¿Cuánto hace que no lloras? Venga, reconócelo: te da miedo sentirte débil. No te pido que vayas gimoteando por las esquinas; eso es una falta de pudor. Te invito a que le llores a Dios. Tienes motivos, y lo sabes. Me parece bien que cubras tus heridas ante las criaturas. Pero, cuando estés ante tu Salvador, no te prives de ese gustazo: llora, y serás consolado.
(TA01S)