¡Levántate!
¡Qué gran intuición, la de los habitantes de Naín, tras ver resucitar al hijo de aquella viuda! Dios ha visitado a su pueblo.
Es cierto. Dios ha visitado a su pueblo. Y se ha quedado. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló (Is 9, 1).
En el sacramento de la Penitencia, y en la sagrada Comunión, sigue realizando en las almas mayores milagros de los que antes realizaba en los cuerpos. A quienes estábamos muertos por el pecado, nos toca. Revestido de nuestra carne, y devorado por nosotros, nos dice: ¡Muchacho, a ti te digo, levántate! ¿No lo escuchas en cada absolución, o cada vez que comulgas? «¡Levántate! No te conformes con abrir la boca y recitar unas oraciones. ¡Levántate! Abre los ojos a la vida eterna. Ya es hora de despertar del sueño (Rom 13, 11)».
Porque los sacramentos, muchas veces, nos encuentran dormidos. Y esa visita del Señor es la visita de una madre que despierta a sus hijos. Y así, comunión a comunión, llegaremos a la última, al viático. Y en ese ¡levántate! Nuestros ojos se abrirán del todo a la luz.
(TOP24M)