¡Levanta la vista!

Me dan lástima quienes viven arañando constantemente el suelo con los ojos. Siempre cabizbajos, siempre pendientes de la tierra, siempre tristes. Su propia sombra les oculta la luz. Están enterrados antes de morir. Si les dices: «Mira qué día tan bueno hace hoy», te responden: «A mí me duele la espalda». Cenizos.

Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Ese «alzar la cabeza» no significa, necesariamente, mirar a las nubes, aunque entre las nubes vendrá el Señor. Significa que, aunque nuestros pies estén posados firmemente en esta tierra que se descompone, nuestros ojos deben estar puestos en el cielo, fijos en la luz eterna de Cristo. Y entonces se llena el alma de esperanza, se convierte en ofrenda el dolor de espalda, y rebosa Amor de Cristo el corazón.

Sé que es fácil echarle a las contrariedades la culpa de nuestra tristeza; todos sentimos esa tentación. Pero tenemos que elegir a dónde mirar. Hay más luz en el cielo que sombras en la tierra. Y es más bueno lo bueno que malo lo malo. Si decides vivir mirando al suelo, estarás siempre triste. ¿Por qué no alzas la cabeza y descubres cuánto Amor de Dios hay en tu vida?

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