Las sombras de la Navidad
Con la llegada de la luz aparecen también las sombras. Y los árboles más hermosos, los más altos, los que se elevan hacia el cielo invitando a los hombres a levantar la vista, son los que producen sombras más alargadas. Ese pequeño jardín de Belén, donde los hombres, con su gozo, acarician la armonía de los cantos de los ángeles, y donde el sol ha surgido del vientre de una mujer, proyecta también sombras que cruzan la Historia.
Seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Mientras Esteban, lleno de gozo, exclamaba: Veo lo cielos abiertos (Hch 7, 56), los hombres se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo (v. 58).
¿Por qué ese odio a la luz? ¿A quién hace daño un niño pobre nacido en un establo? ¿A quién ofende? ¿Por qué en tantos colegios públicos, que celebran por todo lo alto el Carnaval y el Halloween, se niegan a poner un Belén con la excusa de «no ofender»?
Miremos, embelesados, a la luz: Señor Jesús, recibe mi espíritu (v. 59). Hagamos esa ofrenda al Niño Dios, entreguémosle nuestras almas y nuestros corazones. Desagraviemos, con nuestro amor, por tanto odio.
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