Las migajas de los perros y el pan de los hijos
Ya se ve que aquella mujer cananea tenía perro. Y estaba acostumbrada a que el chucho, mientras la familia comía, se tumbara bajo la mesa para comer las migajas que iban cayendo.
– No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. – Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Quizá suene mal decirlo, pero esta mujer se llevó exactamente lo que pidió: las migajas. Porque una curación física, aunque suponga la expulsión de un demonio muy malo, no deja de ser una migaja del banquete de la salvación. Hay mucha diferencia entre una sanación y la gracia del Bautismo.
A ti, el Señor te ha dado mucho más. Eras perro, a causa de tus pecados, y has sido hecho hijo por la sangre de Cristo. Has sido bañado en el Bautismo y alimentado con el pan de los hijos en la Eucaristía. Tienes vida eterna, tu hogar es el Cielo, y tu madre la Virgen.
¿Y te quejas porque el Señor permite esa contrariedad que te une a su Cruz? Te está tratando como a hijo, ¿y suspiras por las migajas de los perros?
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