Las manos de un alma en gracia
¿Alguien cree, de verdad, que se ha ganado, o se está ganando el cielo? Muy necio habría que ser para creerlo. Los mismos santos, que sirvieron a Dios en la tierra, se confesaron pecadores e indignos, e hicieron suyas estas palabras del Señor: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Porque ¡es tanta la desproporción entre nuestros pobres méritos y la recompensa celeste! Ha sido Cristo, el Hijo, quien, con su trabajo en la Cruz, ha ganado el cielo para nosotros.
Creo que era en «Balarrasa», la película dirigida en 1951 por Nieves Conde, donde Fernando Fernán Gómez decía temer que, a la hora de su muerte, se presentara ante Dios con las manos vacías. Un alma en gracia jamás debe decir eso. Es cierto que, si fuera por nuestros méritos, o si quisiéramos recibir lo que realmente nos hemos ganado, llegaríamos al juicio con las manos, no vacías, sino llenas de pecados. Pero un alma en gracia tiene en sus manos todos los méritos de la Pasión de Cristo. Las manos de un alma en gracia son manos sacerdotales, le pertenecen todas las llagas del Salvador, y las ofrece a Dios en cada misa.
No temamos.
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