Las manos de Cristo

manosLas manos no nos sirven sólo para coger cosas. Las manos de hombre están llenas de elocuencia. Con ellas acariciamos, abrazamos, enfatizamos nuestras palabras… Con las manos bendecimos los sacerdotes. Sin hablar, saben decir más que muchos discursos.

Entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. Imagina el cariño que habría en esa mano de Jesús. Imagina la ternura de esos dedos al tomar los de la pequeña. Y date cuenta de que ese cariño es Amor de Dios, Espíritu divino derramado a través de las manos del Salvador. Miguel Ángel pintó a Yahweh tocando con su dedo el dedo de Adán y llenándolo de vida. Pero Yahweh no tenía dedo, hasta que su Hijo se encarnó, se revistió de manos y, empapándolas en afecto manado de su sacratísimo Corazón, lo vertió sobre una niña muerta que despertó al Amor. Ahí tienes la recreación del hombre tras el pecado.

No podremos, en esta vida, tocar esas dulcísimas manos. Pero tampoco podemos olvidar que somos cuerpo de Cristo. Y que, si nos dejamos empapar por su Amor, seremos –¡debemos ser!– las manos del Salvador sobre la tierra que lleven ese Amor a quienes no lo conocen.

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