La vida es baile

Se reían del rey David cuando introdujo el arca de la Alianza en Jerusalén, porque iba bailando alrededor de ella vestido con un roquete de lino. Pero aquel hombre nos estaba gritando a todos que la vida es baile. Unos bailan para Dios, otros bailan para el ídolo.

Jesús contrapone a los hijos de esta generación con los hijos de la sabiduría. Y echa en cara a los primeros que hemos tocado la flauta y no habéis bailado. Eso no quiere decir que estén quietos. Bailan, y bailan mucho, pero sus bailes macabros los ejecutan al son de otra flauta.

Los hijos de esta generación han nacido de este mundo, los hijos de la sabiduría han nacido de lo alto. Se nota al comprobar a quién obedece cada uno. Porque la obediencia es la virtud (o el pecado) que convierte la vida en baile. Nuestros contemporáneos están dispuestos a bailar al son de las consignas «woke» que amplifican sus medios de comunicación. Los hijos de la sabiduría viven pendientes de los sentimientos de Cristo.

Si el evangelio del día, como hoy, es triste, nos entristecemos. Si es alegre, nos alegramos. Esa palabra es nuestra flauta. Para ella vivimos y bailamos.

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