La unión del santo con Cristo
Podría parecer, durante las turbulencias de la vida, que la unión del alma con Cristo es como la de dos personas que se agarran fuertemente de la mano en medio de una avalancha de gente, procurando que la multitud desbocada no los separe. Así, mientras el alma es zarandeada por las urgencias y las contrariedades del día a día, lucha por no olvidarse de Dios.
Podría parecer, durante los momentos de oración más recogida, que la unión del alma con Cristo es como la de dos amantes que se abrazan y gozan cada uno, mientras dura el abrazo, de la cercanía del otro.
Pero ninguna de esas dos imágenes explica la unión de los santos con Cristo. Ni las manos ni los brazos pueden atrapar eternamente al ser querido.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El santo está unido a Cristo como el sarmiento a la vid. Sin dejar de ser dos, son uno solo. Esa unión no la obran manos ni brazos, sino la gracia y la palabra. La gracia es la savia que une interiormente el sarmiento a la vid. La palabra, que permanece en el alma del santo, la fecunda y alumbra en ella sus frutos.
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