La tormenta permanente
La espera del Señor nunca es pacífica. Nuestra breve estancia en este mundo está sometida a turbulencias constantes: una enfermedad, un problema de trabajo, un fracaso afectivo, una humillación, un cambio repentino de planes, la muerte de un ser querido… Dices: «Cuando esto se resuelva, podré rezar tranquilo y organizar mi vida». Pero, cuando «esto» se resuelve, ya ha comenzado la tormenta siguiente. Si esperas una época de calma chicha, tendrás que conformarte con la paz del sepulcro.
Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa. El lobo feroz se hubiera quedado sin aliento, para descanso de los tres cerditos. Pero la vida es el soplido permanente. ¿Cómo encontrar silencio, cómo servir a Dios, cómo hacerse con el timón de una existencia convulsa para dirigirla hacia el Cielo?
Pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. Hay que huir de la superficie; vencer a la tempestad es imposible; no puedes parar un vendaval con un biombo. Tienes que bajar a lo profundo y encontrar allí la Roca. Sin oración, tu vida es una cometa llevada por el viento. Pero desde el alma, unido a Cristo en tu interior, edificarás un santuario inexpugnable.
(TA01J)