La puerta de los niños

Me hace gracia el modo en que los apóstoles, preocupados por el descanso de Jesús, formaban, en torno a Él, un anillo de seguridad. Digo que me hace gracia por ese empeño de los Doce en cuidar del Maestro. Pero siempre me han parecido antipáticos los anillos de seguridad.

Dejadlos; no impidáis a los niños acercarse a mí. De los que son como ellos es el reino de los cielos.

Aunque la puerta es estrecha, los niños tienen libre acceso a Jesús, porque ellos no llevan equipaje. Las personas mayores se aproximaban con problemas, enfermedades, inquietudes, preguntas… No todos pudieron acercarse.

Los niños, sin embargo, no tenían otro deseo que la propia alegría de estar con Jesús. No le pedían nada. Aunque sus padres los llevaban para que Jesús les impusiera las manos y orase, los pequeños, simplemente, se echaban en brazos del Señor y se dejaban bendecir. ¡Qué bien conocemos a esos niños los sacerdotes cuando, finalizada la misa, entran en la sacristía!

En el niño parece cumplirse el salmo: Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón (Sal 37, 4). Acércate a Jesús con esas disposiciones, y siempre encontrarás la puerta abierta.

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