La Piedad de Raquel

El llanto de Raquel se prolonga en la Historia a través de las lágrimas de miles de madres que perdieron a sus hijos pequeños. Ninguna madre debería enterrar a su hijo; son los hijos quienes, llegado el tiempo, deben enterrar a las madres. La muerte de un niño, o de un joven, es siempre cruel.

Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven. No hay consuelo para el corazón desgarrado de Raquel. Pero, en lo más profundo de sí misma, la fe abre las puertas del alma a la buena nueva. El consuelo del alma no mengua el dolor del corazón, pero lo baña en esperanza.

Mientras Raquel llora porque sus hijos ya no viven, la Iglesia se alegra hoy en sus hijos porque viven, y viven para siempre. Los niños inocentes, cruelmente asesinados por Herodes, son el séquito de honor del Cordero. Y la sangre que bañó sus cunas es anuncio de la sangre que abrirá los cielos.

Hoy María consuela a Raquel. Y le anuncia que sus hijos, unidos al que ella lleva en brazos, la esperan gozosos en el cielo.

(2812)

“Evangelio