La necesidad más acuciante del hombre

Si recopilásemos todas las súplicas que los hombres dirigieron a Cristo, veríamos que la mayoría estaban dirigidas a la sanación de enfermedades: ciegos, cojos, sordos, leprosos… Incluyo también a los endemoniados. Hubo fariseos que pidieron al Señor un signo del cielo. La madre de los Zebedeos le suplicó dos carteras ministeriales para sus hijitos. Y la petición más sublime que recibió Jesús durante su vida probablemente fuera la última, la más sencilla, la proferida por el buen ladrón: «Acuérdate de mí»…

Sólo él y las prostitutas que enjugaron los pies del Señor con sus lágrimas pidieron ser limpiados de sus culpas. Quizá ellos fuesen quienes mejor comprendieron la misión de Cristo. En cuanto a los demás, muchos de ellos tenían más prisa por recuperar la salud que por librarse del pecado.

Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado de mundo. Juan podría haber dicho: «Este es el que quita el dolor de cabeza», o «el que acabará con el hambre en el mundo». Pero no lo dijo. Porque tenía claro qué es lo que más necesita el hombre, y qué es lo que el Hijo de Dios ha venido a traer a la tierra.

¿Lo tienes tú?

(TOA02)

“Evangelio