La mansedumbre y la dignidad

La mansedumbre es una de las virtudes más despreciadas. Para muchos, ser mansos como corderos supone perder la dignidad. Aunque donde dicen «dignidad» deberían decir «orgullo». Pero no lo dicen, dicen «dignidad». «¡Venga, padre! ¿De verdad me está sugiriendo que me deje ofender, que no me defienda, que siga sonriendo mientras me abofetean? ¡Tengo mi dignidad!»

Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.

Era de Sí mismo de quien hablaba Jesús. Y de cómo se dejaría escupir, se dejaría azotar, se dejaría coronar de espinas y se dejaría matar sin oponer resistencia. Mientras lo acusaban injustamente, no se defendió. Dejó toda defensa en manos de su Padre, quien hizo que la piedra desechada por los arquitectos fuera convertida en piedra angular. ¿De verdad pensáis que Cristo, en su Pasión, perdió su dignidad?

No. La mansedumbre no supone perder la dignidad. La mansedumbre consiste en ser revestido con la dignidad de Cristo crucificado, Rey que reina desde el trono de la Cruz.

(TC02V)