La hora de Dios

Muchas veces, cuando te empeñas en tener tu vida perfectamente controlada, Dios se cruza de brazos. ¿Quieres coger el volante? Pues venga, conduce tú solito, a ver a dónde llegas. Y claro, como eres un pobre hombre sentado en el asiento de Dios, la vida se te va enredando. ¿Quién te mandó sentarte ahí? Finalmente, te estrellas, y Dios lo permite para que seas humilde. Cuando ya nada puedes hacer para recomponer esa vida que rompiste, te das cuenta de tu error, levantas los ojos y pides auxilio al Cielo. Entonces llega la hora de Dios.

Hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada. Claro. Estabas pescando tu solito, capitán de una barca de juguete. Pero ahora Jesús está en tu barca. Es la hora de Dios. Entrégale la gorra de capitán.

Por tu palabra, echaré las redes. Ahí estás, convertido en marinero al servicio del Señor. Bendita obediencia. Hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse.

No es que la hora de Dios llegue tarde, ni que espere Dios a que lo pierdas todo. Es que la hora de Dios llega cuando obedeces… y a ti te ha costado bastante entenderlo.

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