La gripe y el reino de Dios

Me hace gracia la sorpresa de muchos cristianos ante una simple gripe. «Fíjese, padre: todo el día en cama, sin nada que hacer, y no he sido capaz de rezar. Sólo me apetecía dormir. Apenas me he acordado de Dios, mi único pensamiento ha sido que quería curarme».

¿Y qué esperabas? ¿Que una gripe fuera igual que unos ejercicios espirituales en un convento de benedictinos? La enfermedad es un zarpazo de la muerte, y la muerte no es de Dios. Cuando el cuerpo está enfermo, el alma se sume en tinieblas, y le parece que Dios está, no lejos, sino lejísimos. Apúntatelo para la próxima gripe.

Aunque todo es mera apariencia. Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Cuando lo que parece cercano –la salud, las criaturas…– te falle, sabrás que está cerca lo que te parece lejano: Dios. Y sabrás que siempre estuvo cerca, porque tu enfermedad era un abrazo del Crucifijo, mientras la salud y las criaturas siempre se estuvieron marchando. Una cosa es lo que vemos –que todo lo creado nos falla– y otra lo que sabemos: que Dios está cerca. Nosotros vivimos de lo que sabemos. Las apariencias engañan.

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