La fuerza que cambia el mundo

Si un día te presentas ante el Señor, y Jesús te pregunta, como a la madre de los Zebedeos: ¿Qué deseas?, no te aseguro que vayas a ver tus deseos cumplidos. En ocasiones, Jesús te pregunta por ellos, no para cumplirlos, sino para elevarlos.

Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Hablan de política, quieren arreglar el mundo desde la poltrona. Y si, de paso, mejoran sus vidas, tanto mejor.

No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Y ellos se ven sentados junto al gran jefe en una cena, bebiendo de su copa. Y dicen:

Podemos.

Acabáramos.

Todavía quedan cristianos así. Creen que el mal de este mundo está en la política, y que una nueva política los salvará. Pero Cristo nunca descendió a cuestiones políticas, y gritó que el mal de este mundo es el pecado, que afecta a todo hombre.

El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor. Convertido en siervo de todos sobre la Cruz, Cristo cambió el mundo. No son los políticos, sino los santos, quienes tienen la llave de la Historia.

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