La fe del centurión

Cuando una persona que reza todos los días, acude a comulgar con frecuencia y confiesa sus pecados con regularidad le dice al sacerdote: «No tengo fe», normalmente lo que quiere decir es que no siente la fe. Son cosas distintas. Si realmente no tuviera fe, no rezaría, no iría a Misa, y no acudiría al sacerdote buscando ayuda. Quien no se fía del médico no va a la consulta. Pero, en ocasiones, Dios oculta su rostro a sus amigos, se apagan las luces, y parece que la fe se ha desvanecido. Sólo lo parece. Precisamente, esa oscuridad es el momento cumbre de la fe.

Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará sano. La fe del centurión consiste en que, simplemente, se fía de Cristo. No tiene experiencia sensible de Él, no lo ha visto, no lo ha tocado, y tampoco parece necesitar esa experiencia sensible de la presencia del Señor. Tan sólo invoca su poder, y se fía totalmente de ese poder.

Si tuviéramos esa fe, sabríamos abrazar a Cristo en medio de la noche.

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