La extraña pareja

Entre Marta y María, estoy dividido. Porque mis vísceras se abrazan a Marta.

Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano.

¡Pobrecilla! Se está deslomando, mientras su hermanita está tan tranquila, sentada, escuchando a Jesús. ¿Habéis visto la película «La extraña pareja»? Yo viví unos años con un compañero, y la clavábamos. Me afanaba en la limpieza y en la cocina mientras él rezaba. Le gritaba: «¿Puedes ir a por sal a la tienda, que se nos ha acabado?». Y él, desde su habitación, me respondía: «Es que estoy rezando». Como para abrirse las venas.

María, pues, ha escogido la parte mejor. Las vísceras se quejan, pero el alma lo entiende. Si deposito una tonelada de pan sobre el altar, y no la consagro, será sólo pan. Una miga consagrada vale infinitamente más. Así es quien trabaja y trabaja, pero no reza. Y quienes dicen: «¡Si yo estoy rezando todo el día!», son los que menos rezan, porque nunca se sientan.

Querida Marta: Ya sé que te acuerdas de Dios mientras friegas. Pero nunca te sientas. Siéntate, por favor. Al menos media hora al día. Y, después, ¡a fregar!

(TOC16)