La ceguera de Europa
Dos veces tuvo Jesús que imponer las manos sobre aquel ciego. La primera vez, el milagro se obró sólo a medias: Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. La culpa no era de Jesús, sino de la fe imperfecta del enfermo. Por eso el resultado del milagro no fue un cristiano, sino un «hombre europeo». En esta sociedad nuestra, matar a un niño en el seno de su madre es un derecho; talar un árbol es un crimen imperdonable. El hombre es un árbol que anda, pero mientras no ande se le puede pasar por el hacha.
Arrepentido de su europeísmo prematuro, la segunda vez que el enfermo recibió las manos de Jesús veía todo con claridad. También Moisés tuvo que golpear dos veces la roca en Meribá; la fe imperfecta necesita repetición. Por eso comulgamos a diario. Si nuestra fe fuera como un grano de mostaza, una sola comunión nos llevaría al cielo.
Vuelvo a los árboles andantes de Europa. No nos gusta que vengan desde fuera a decírnoslo; yo lo digo desde dentro. Nuestra sociedad necesita recibir en los ojos las manos de Cristo. Para descubrir qué es el hombre, y para conocer al Redentor del género humano.
(TOI06X)