La castidad enamorada

La sagrada liturgia encabeza la solemnidad que hoy celebramos con el título: «San José, esposo de la Virgen María». Podría haber dicho: «San José, custodio del Señor» o, simplemente: «San José, patriarca». Pero, puestos a señalar un título que resuma los privilegios otorgados por Dios a este santo varón, elige: «Esposo de la Virgen María».

Porque José fue verdadero esposo de la Virgen, y la amó como un varón ama a una mujer; mejor dicho, como un varón santo ama a una hija de Dios. Aún mejor: como un joven santo ama a una joven hija de Dios.

No temas acoger a María, tu mujer. Y la acogió como lo que era: su mujer. Porque José estaba enamorado perdidamente de la Virgen. Como, además, era un hombre casto, sabía amar. Y fue consciente de que la mejor manifestación de ese amor apasionado consistía en sacrificar sus instintos naturales para que su amada llegara a la plenitud de su vocación, que, en el caso de María, era la virginidad. Su continencia no era frialdad; era una continencia enamorada y ardiente.

Ningún hombre ha amado tanto a una mujer como amó José a María. Aprended, novios, el valor de esa castidad enamorada.

(1903)