Hemos contemplado su gloria

El prólogo de san Juan es un pozo sin fondo. Cada palabra es una puerta abierta a horizontes eternos. Hoy me quedaré con una de ellas:

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria.

«Contemplar» no es «ver», ni tan siquiera «mirar». «Contemplar» es quedarse mirando, deleitarse en la hermosura adivinada, acariciar con los ojos y caer embelesado ante la luz.

Hasta que el Verbo se hizo carne, la ley prohibía hacer imágenes de Dios, porque ese Dios era invisible a los ojos. Pero la vida se hizo visible (1Jn 1, 2), el Verbo se hizo carne, el Dios cuya espalda atisbó Moisés se ha dado la vuelta y se nos muestra, para que el hombre contemple la hermosura infinita de su rostro. El anhelo de siglos grabado a fuego en los salmos (Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro –Sal 27, 8-9–) ha sido cumplido hoy. Dios ha mostrado su rostro al hombre, y ese rostro es el rostro de un niño.

¡Qué belleza! ¡Qué delicia! Si un cristiano no es contemplativo en Navidad, no entiende la alegría que derrama este tiempo.

(3112)

“Evangelio