Hasta los calvos quieren ser amados

El discurso del Pan de vida está plagado de expresiones sedientas de eternidad: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día… El que come este pan vivirá para siempre… «Vida eterna», «el último día», «para siempre»… Son palabras que quieren rasgar el horizonte y perpetuar el amor que llevan cogido de la mano. ¿Acaso los enamorados no las dicen muchas veces? «Amor eterno», «te querré siempre», «te amaré hasta el final»…

En cierta ocasión, un novio que accedía a casarse en la Iglesia por cariño hacia su novia, pero que afirmaba no tener fe, me dijo: «Yo sólo creo en lo efímero». Lo comprendo. Estaba calvo como una bola de billar. Pero se mentía a sí mismo. No hay nadie en este mundo que no aspire, aunque sea secretamente, a amar y ser amado para siempre. El corazón humano tiene ansia de eternidad.

Ese anhelo lo hace verdad la Eucaristía. Por ella, el cristiano es elevado hasta el cielo, unido al Cuerpo del Señor, y comparte con Él esa vida eterna, que está por encima de los vaivenes de este mundo, y también, desde luego, de la alopecia.

(TP03V)

“Evangelio