Hasta el extremo
Sólo Juan, el apóstol que reposaba su cabeza en el pecho de Jesús, puede decirnos qué ocurría en el interior de aquel corazón afligido por la angustia durante la noche de este jueves. Lo grande es que nos lo dice.
Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre… Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía…
En primer lugar, sabía que su hora había llegado. Para esto he venido, para esta hora (Jn 8, 27). Su «sí» al Padre se iba a consumar hasta la entrega de su último aliento.
En segundo lugar, sabía que todo estaba en sus manos, que la redención de los hombres dependía de su obediencia en aquella hora. Miraba a los suyos, miraba a los de lejos, te miraba a ti, me miraba a mí y pensaba: «No puedo fallaros».
En tercer lugar, sabía que su destierro llegaba a su fin. Volvía a su Padre a través de un bosque de tinieblas.
Por eso los amó hasta el extremo. Todo llegará hasta el extremo en estos días. Y ese extremo, la muerte, saltará hecho pedazos. Tras él, la Vida.
(JSTO)