Hablemos del cielo

Hablemos del cielo. Deberíamos hablar más del cielo, pensar más en el cielo, esperar con más deseos el cielo. Cuando olvidamos el cielo, perdemos el norte, y fácilmente dejamos de ser caminantes y peregrinos en tierra extraña para convertirnos en seres mundanos consumidores de religión.

Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El brillo del cristiano está reservado para el cielo. Quienes quieren brillar en esta tierra son como cerillas; si quieres, como bengalas. Brillan un momento, asombran a medio mundo, molestan al otro medio, y se apagan después. Queda, cuando se marchan, el olor a humo.

El cristiano, en este mundo, es como la luna. No brilla, resplandece. No deslumbra, irradia claridad. Porque su luz es prestada, es el reflejo, en el alma limpia, de la luz de Cristo. Por eso da gusto estar con él; porque su vida es una dulce noticia de la bondad de Cristo.

En el cielo, sin embargo, los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Tanto se habrá consumado su unión con Cristo, que él mismo será el sol. Y su Padre, el Padre de Cristo. Y Cristo lo será todo en todos.

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