Fausto

A las puertas de la muerte, cuando ya veía las llamas del infierno donde moraría eternamente, se arrepintió Fausto de haber vendido su alma al Diablo. Si hubiera tenido cerca a un sacerdote, quizá pudiera haber cambiado aquel destino por un largo purgatorio. Pero no lo tenía, y su arrepentimiento no era sino mera atrición, miedo a la condena; no había amor en él. Goethe lo da por perdido para siempre.

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? Lo tuvo todo: dinero, poder, placer, prestigio… ¿Le hizo realmente feliz? Duró lo que tarda el rayo en caer del cielo, lo que tarda la vida en esfumarse. «Al brillar un relámpago nacemos, y aún dura su fulgor cuando morimos», escribió Bécquer unos años después de que Goethe escribiera su «Fausto». Mal negocio, tenerlo todo un instante y perderlo todo eternamente.

Sin embargo, entregarlo todo aquí por amor del Amor… sufrir un momento, con dolor dulce, y hacerlo acompañado, abrazado al Cristo que reposa en la Cruz… ser feliz en la tierra en medio de las lágrimas, gustar los gozos del Espíritu, y ser recibido después en el cielo para siempre… Buen negocio es ése.

(TOI06V)