Extraños funerales y ayunos redentores

Me cuesta entender esos banquetes que se meten entre pecho y espalda en los funerales de las películas americanas, con la viuda sirviendo sándwiches y los hijos del difunto llenando copas. A mí la muerte me quita el hambre, no me apetece ponerme ciego a canapés junto a un cadáver. Me apetece más rezar el rosario.

Y, en el fondo, de eso se trata: de que el ayuno parezca lo más natural del mundo en un viernes de Cuaresma, como comer parece lo más natural del mundo en una boda.

Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. Nos sumergimos en esos días en que el Esposo nos fue arrebatado, es decir, en el Viernes Santo y en la meditación de la Pasión de Cristo, y entonces el ayuno brota solo, porque lo que el alma apetece es el silencio, la oración y el recogimiento, no el ponche con sándwich de jamón y queso.

No creo que vaya a redimir mis muchos pecados por no comer carne o desayunar menos. Pero si esos pequeños gestos significan hacer presente en mí la Pasión de Cristo, entonces el ayuno y la abstinencia, clavados en la Cruz, redimirán la tierra.

(TC0V)