Esta pobre carne nuestra
Dice san Pablo que el deseo de la carne es hostil a Dios, pues no se somete a la ley de Dios; ni puede someterse (Rom 8, 7). Nuestra carne es santa, y más después de haber sido asumida por el Verbo divino y destinada a la gloria. Pero, a causa del pecado, hasta que no sea purificada por la muerte, nuestra carne es atea. No sabe conocer a Dios ni someterse a Él.
A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. La palabra de Dios debe ser escuchada en lo profundo del alma. La carne no puede entenderla. Sólo al espíritu le revela el Espíritu las profundidades del Amor. Y allí, en el silencio del santuario interior, se alumbran los gozos de la vida eterna.
La pobre carne, en cambio, no entiende. Ve la Cruz, y tiembla. No te extrañen esos miedos. Y no pienses que pecas contra la confianza en Dios por sentir angustia a causa de las tribulaciones de la vida. Hay tanto pecado en esa angustia como en un dolor de cabeza. Deja a la carne y al corazón en la Cruz. Allí serán purificados.
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