Espantando al personal

Detengámonos en la primera línea:

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús.

Para un vendedor, un político, un periodista, un cantante… es la situación perfecta, el momento oportuno para sacar el conejo de la chistera, meterse al auditorio en el bolsillo y salir triunfante.

Sin embargo, con Jesús todo es imprevisible:

Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío.

Sólo Jesús, ante esa oportunidad de liderazgo, es capaz de encararse con la multitud y decirles: «¿Sabéis en que lío os estáis metiendo? Si venís conmigo, tenéis que preferirme a vuestro padre, vuestra madre, vuestra mujer, vuestros hijos… Y tendréis que cargar con una cruz en la que perderéis la vida».

Obviamente, Jesús se quedó solo. Murió prácticamente abandonado. Y, tras resucitar, no ha bajado el listón. Su palabra resuena como nunca. Quien no quiera ser santo, que no venga. Nadie entrará en el Cielo si decide amar a Cristo «con moderación».

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