El silencio de Juan
Juan Bautista murió con apenas treinta años. La mayor parte los pasó escondido en el desierto. Y sólo durante los últimos meses, cuando estaba por aparecer el Cordero de Dios, gritó a pleno pulmón su anuncio junto al Jordán. Bautizó a muchos judíos, congregó a muchos discípulos y cuando, por fin, pudo señalar con el dedo al Mesías su voz se apagó para dar paso a la Palabra. No se apagó, la apagaron. Su cabeza fue separada de su cuerpo y entregada a una mujer que lo odiaba con todas sus fuerzas, porque Juan había puesto en evidencia su pecado.
El silencio de Juan fue preludio del silencio de Cristo. Tres años más tarde, el Mesías por él señalado fue también asesinado, y la Palabra encarnada resultó ahogada en las tinieblas de la muerte.
Ni Juan convirtió a Herodías con su palabra, ni Cristo logró, con su predicación, cambiar los corazones de los hombres. Pero la sangre del Bautista y su silencio anunciaron aquella sangre y aquel silencio que redimieron al género humano.
Ése es tu camino. Y el mío. Debemos gritar el nombre de Cristo. Pero la verdadera eficacia de ese anuncio se despliega cuando los hombres nos callan.
(2908)