El siervo sin riñones
La llaman la parábola del siervo sin entrañas. También podría hablarse del siervo sin riñones, puesto que, en latín, «entrañas» se dice «renes». Todo apunta a lo mismo: a alguien que está vacío, que ni se conmueve ni recapacita. Un robot, una máquina, el ChatGPT con cuerpo humano.
¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Cuando se tienen riñones, o entrañas, la misericordia de Dios hace que no exista el mal absoluto. Porque hasta del peor de los males, que es el pecado, sabe Dios obtener bienes.
Cuando un cristiano con entrañas hace examen de conciencia, sus entrañas se conmueven al considerar la ofensa a Dios que el pecado supone: «Por ser Vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido». Me encanta esa oración.
Y es, precisamente, ese dolor de corazón –o de riñones– el que vuelve compasivo al cristiano. «Si tanto me ha perdonado Dios… ¿cómo podré yo no compadecerme de quien es pecador como yo?».
Ten entrañas, y ni siquiera tus pecados te apartarán de Dios.
(TC03M)