El séptimo día descansó

Así dice la Escritura: Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho (Gén 2, 2). El sábado es, por tanto, el día del reposo de Dios. ¿Cómo entenderían esto aquellos judíos? ¿No les aterrorizaba la idea de que Dios pudiera descansar? ¿Quién velaría por ellos? ¿Podrían descansar tranquilos en el día de sábado, sabiendo que Dios descansaba también? ¿Quién cuidaba, entonces, del cielo y la tierra? ¿No aprovecharía el Enemigo ese descanso de Dios y los hombres para conquistar el mundo?

El Hijo del hombre es señor del sábado. Tampoco sabemos cómo entenderían los judíos estas palabras de Jesús. Pero conocemos su significado. Al yacer en un sepulcro el día de sábado, Cristo se tendió sobre la muerte y sobre el sueño. Él mismo descansó de sus fatigas, pero descansó reinando, conquistando para Sí las tinieblas más oscuras. El misterio de un Dios dormido que toma posesión de las sombras mientras descansa es sobrecogedor.

Tendido sobre el sábado, Cristo es nuestro descanso. Como Juan, apoyamos la cabeza en su pecho y reposamos, sabiendo que ese Cristo de ojos cerrados nos protege más que todos nuestros desvelos.

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