El rostro de Dios es Cristo
El corazón del hombre sueña con ver a Dios. Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro (Sal 27, 8). Por eso los ojos nunca se sacian cuando se detienen en las criaturas. Rápidamente se cansan, y buscan más, porque ellas son tan sólo un pálido reflejo de la belleza del rostro de Dios. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura (Prov 31, 30).
Llegada la plenitud de los tiempos, Dios mostró al hombre su rostro. El rostro de Dios es Cristo. El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Por eso dijo Jesús a Felipe: Quien me ve a mí ha visto al Padre (Jn 14, 9). Y se estremece el corazón al pensar que, cuando Dios mostró su rostro al hombre, el hombre le escupió en la cara. El que no honra al Hijo no honra al Padre. Los salivazos que recibió Jesús venían de más lejos y apuntaban más lejos. Era el Satán quien escupía a Yahweh.
Se acerca la Semana Santa. Quisiera ser la Verónica. Y, mi vida, el paño que enjugue los ultrajes vertidos en el rostro de Dios.
(TC04X)