El que juega con fuego…
En algunas celebraciones litúrgicas la Iglesia pone en nuestras manos una vela: la lleva el padrino en los bautizos, y los fieles en la vigilia pascual o en el lucernario del 2 de febrero. Cuando te veas así, con una vela en la mano, en lugar de mirar a la vela, escúchala, porque te está gritando que debes dejarte quemar, como ella.
He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!
Si Jesús ha venido a traer fuego a la tierra, a nosotros nos corresponde dejarnos quemar por ese fuego. Será la prueba de que nuestra piedad es auténtica, de que es a Cristo a quien nos hemos acercado en la oración. El que juega con fuego se quema. Y nuestro Dios es fuego devorador (Heb 12, 28).
Por eso, mientras la vida avanza, deberías notar que Cristo se lo lleva todo, como un incendio que arrasa tu vida hasta prenderla en llamas de Amor: tus pensamientos, tus afectos, tus palabras, tus recuerdos, tus deseos, tus alegrías y tus penas… todo. Tiene que llegar un momento, si te dejas quemar, en que seas una tea. Y, entonces, también tú prenderás fuego a cuanto toques.
(TOP29J)