El joven rico que dijo que sí

Me visitó un joven rico. Hasta ese momento, él era el líder de un equipo puntero en tecnología. Tenía prestigio, dinero, aplomo, seguridad en sí mismo, y un futuro muy prometedor por delante. Un buen día, Dios lo acarició, Cristo lo miró y lo amó. Y él se presentó ante el sacerdote: «Lo que es nuevo para mí es que ahora, por primera vez, me siento muy débil. Nunca he sentido eso». Le respondí: «No eres ahora más débil que antes. Simplemente, ahora que te has visto frente a Dios te das cuenta de lo débil que eres; antes, rodeado de personas que te admiraban, te creías fuerte».

Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad (2Co 12, 9). Bendita conciencia de la propia debilidad, que nos lleva buscar la fuerza en Dios como la busca el niño en los brazos de su Padre. Quien, sabiéndose pequeño, sustenta su vida en la oración se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Yo no soy santo, pero tampoco soy idiota. Y si un día no siento la devoción necesaria para rezar, rezo por miedo. Miedo a lo que me pasaría si dejase de orar.

(TA01J)

“Misterios de Navidad