El hombre más solitario del mundo
Una misma palabra del Señor adquiere matices y tonalidades muy distintas, según el lugar donde te sitúes para escucharla. Fíjate:
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.
Sitúate en Cafarnaún, y te sentirás acusado por tu tibieza, por tu falta de gratitud ante las maravillas que el Señor ha hecho en tu vida. De esa oración brotarán una sincera compunción y santos deseos de conversión y reparación.
Mueve ahora la silla, tráela al corazón del Salvador, y escucha sus palabras desde ese palco. Advertirás, conmovido, que Jesús se siente rechazado en este mundo. Las ciudades más queridas para Él, aquéllas en las que ha realizado la mayoría de sus milagros, lo han utilizado, pero no lo han recibido en sus corazones, ni ha acogido su misterio en sus almas, ni se han convertido. ¡Qué soledad, la del Señor! Rodeado por multitudes, e incomprendido. Se sirvieron de Él, pero no lo amaron.
Entonces, llorarás: «¡Oh, Jesús! Si otros no te amaron, yo te amo. No sólo eres mi médico. Eres mi Salvador y mi vida. Aunque nada me dieras, soy tuyo». Amén.
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