El evangelio del Mar
Hace unos meses volví al Mar de Galilea. Esas aguas son todo un evangelio. En esta ocasión, navegamos al amanecer, con frío, viento y olas. El barco no pudo detenerse, como suele hacer, en el centro del lago, por falta de estabilidad. Así que tuvimos que rezar en movimiento, bien abrigados, mientras las mujeres trataban de apartar su cabello de la cara.
Vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis». Cuando el mar está encrespado, Él camina sobre las aguas y calma nuestros miedos. Cuando la vida no encuentra reposo, cuando las preocupaciones y el sufrimiento nos zarandean y parece que no fuéramos sino una frágil rama llevada por las olas, su palabra, solemnemente erguida sobre la muerte, nos devuelve el sosiego.
Los mismos apóstoles a quienes se les apareció caminando sobre el Mar lo vieron, más tarde, llamándolos desde la orilla, después de haber resucitado de entre los muertos. También nosotros, un día, lo veremos allí, pronunciando nuestro nombre desde el cielo y abriendo sus brazos para nosotros. Llegará a puerto nuestra barca, y todo será paz. Ya no habrá noche ni tormenta.
(TP02S)