El espíritu de las bienaventuranzas
Lo que es malaventura para el mundo lo eleva Jesús a la dicha más suprema: la de los bienaventurados.
Bienaventurados los pobres… Bienaventurados los que ahora tenéis hambre… Bienaventurados los que ahora lloráis… Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres…
Debes aprender a leerlo, no vaya a ser que te sientas excluido de esos gozos por cobrar a fin de mes el salario con que mantienes a tu familia. Te aseguro que tu nómina le agrada a Dios. El discurso del Señor no es una invitación al sufrimiento.
No es que haya que vivir sin nada; es que debes dejarte cuidar por la Providencia, sin inquietarte por el dinero. No es que sea preciso pasar hambre; es que hay que comer cuando Dios quiere, y tener por alimento hacer la voluntad del Padre. No es que haya que pasar la vida llorando; es que hay que reír cuando ríe Dios. No es que tengas que caerle mal a todo el mundo; es que debes hacer lo que Dios quiere, sin pararte en respetos humanos.
Cuando se vive así, se lleva el reino de los cielos en el alma. Porque la verdadera dicha es la identificación con la voluntad de Dios.
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